Beati hispani, quibvs vivere bibere est. (Dicho jocoso romano)
Hablo en francés con los hombres, italiano con las mujeres, alemán con mi caballo y español con Dios. (Carlos I de España y V de Alemania)
A través de las cicatrices de nuestra piel de toro, les mostraremos las huellas de aquellas antiguas culturas prerrománicas y de la Hispania que Roma construyó sobre ellas tras derrotar a Cartago. Con el triunfo de las legiones romanas sobre toda resistencia helénico-púnica y la trágica muerte de Aníbal, un mundo que había durado no menos de seis siglos desapareció para nunca resurgir. Otro mundo, construido a imagen y semejanza de Roma, le sucedió… a la caída del Imperio en Occidente, tomó el relevo la Iglesia de Roma, fundadora de la Europa de la Cristiandad medieval. Pero cristianos y visigodos vasallos de Roma perdieron Spania frente al Islam, siendo sus herederos norteños quienes tenazmente emprendieron durante VIII siglos la gran hazaña reconquistadora de al-Andalus.
Percibirán desde sus castillos, palacios y templos la formación de una mentalidad, sumamente particular, guerrera, caballerosa, señorial, con una voluntad de servicio ajena a la ambición, conformismo y mediocridad burguesa comunes a la Europa feudal tardomedieval, que forjó una sociedad espiritual y noble, con iniciativa, que se caracterizó por ser enérgica, militante, dispuesta para morir orgullosamente, personalista y misionera, universalista. Una sociedad que admiró el Renacimiento pero a su manera, demostrando audacia, agudeza, valentía, honradez y majestuosidad… pero que también fue feroz, miserable, pacata, envidiosa, y siempre, cainita.
Al finalizar la Reconquista con la caída de Granada, último baluarte del Islam andalusí, e imbuida de un potente espíritu de misión creó, junto con Portugal, el primer imperio transoceánico, donde no se ponía el sol, al que unieron en su diversidad con su civilización hispánica y católica, iniciando el fenómeno moderno de la mundialización. Fue, a pesar de las calumnias que propagaron sus enemigos a través de la Leyenda Negra, un Imperio esforzado y legítimo que se fue desangrando mientras soportaba de forma heroica la defensa de los católicos y de Europa frenando la ofensiva del temible Turco que la invadía desde Constantinopla.
Con la derrota de la alianza entre Habsburgos en la decisiva guerra de los Treinta Años, tras las paces de Westfalia y de los Pirineos, el auge de Francia se hizo patente siendo el Imperio español, tras la separación de Portugal y la pérdida de casi todas sus posesiones en Italia y los Países Bajos, heredado finalmente por un linaje francés, la Casa de Borbón, que trató de implantar el Absolutismo ilustrado. En 1805, atrapada entre la pugna franco-británica por la hegemonía y la propia decadencia de la monarquía borbónica, tras la trágica derrota y destrucción de la Armada en la Batalla de Trafalgar, España dejó de ser una gran potencia y sufrió la devastadora invasión napoleónica, a la que resistió tenazmente animando a rusos y alemanes a seguir luchando hasta la derrota de los ejércitos de Napoleón. Los viejos reinos hispanoamericanos, “reconquistados” administrativamente por los Borbones, se independizaron ayudados por la gravísima crisis de poder abierta en la península y la lucha entre Fernando VII y los liberales herederos de la Constitución de 1812, tras unas guerras civiles ganadas finalmente por los criollos independentistas…
En definitiva, les ofrecemos un retorno sin complejos a aquellas etapas históricas esenciales sin las cuales no puede comprenderse la génesis y evolución cultural de nuestra tan impresionante como trágica civilización hispánica, piedra angular para el conocimiento de los auténticos fundamentos de la civilización europea.
Según cuenta el Antiguo Testamento, en el siglo X a. C. las naves de Salomón, el rey de Israel, volvían cada tres años cargadas de oro de un lejano y misterioso lugar llamado Tarsis: «El rey Salomón tenía en el mar naves de Tarsis con las de Hiram [rey de Tiro], y cada tres años llegaban las naves de Tarsis, trayendo oro, plata, marfil, monos y pavones». La cita procede del Libro de los Reyes, escrito allá por el siglo VII a.C., pero nos remite tres siglos atrás, cuando la opulencia mineral del sur de la península Ibérica atraía hasta el otro extremo del Mediterráneo a los primeros navegantes semitas. La mayoría de historiadores lo tiene claro: el primer autor que mencionó a Tarsis se estaba refiriendo a las relaciones comerciales que los israelitas mantenían con Tartessos, el reino situado más allá de las columnas de Hércules (el estrecho de Gibraltar), en el Bajo Guadalquivir, que rigió el mítico rey Argantonio. Desde esta primera mención, el aura enigmática en torno a Tartessos no se ha desvanecido. Viajeros, filólogos y arqueólogos se han lanzado durante decenios a la búsqueda de los restos de aquella civilización que floreció entre los años 1000 y 500 a.C., para desaparecer luego y caer en un olvido silencioso que ha durado hasta hace poco, inmersa en una nebulosa de incertidumbres y conjeturas.
Mas InfoSegún cuenta el Antiguo Testamento, en el siglo X a. C. las naves de Salomón, el rey de Israel, volvían cada tres años cargadas de oro de un lejano y misterioso lugar llamado Tarsis: «El rey Salomón tenía en el mar naves de Tarsis con las de Hiram [rey de Tiro], y cada tres años llegaban las naves de Tarsis, trayendo oro, plata, marfil, monos y pavones». La cita procede del Libro de los Reyes, escrito allá por el siglo VII a.C., pero nos remite tres siglos atrás, cuando la opulencia mineral del sur de la península Ibérica atraía hasta el otro extremo del Mediterráneo a los primeros navegantes semitas. La mayoría de historiadores lo tiene claro: el primer autor que mencionó a Tarsis se estaba refiriendo a las relaciones comerciales que los israelitas mantenían con Tartessos, el reino situado más allá de las columnas de Hércules (el estrecho de Gibraltar), en el Bajo Guadalquivir, que rigió el mítico rey Argantonio. Desde esta primera mención, el aura enigmática en torno a Tartessos no se ha desvanecido. Viajeros, filólogos y arqueólogos se han lanzado durante decenios a la búsqueda de los restos de aquella civilización que floreció entre los años 1000 y 500 a.C., para desaparecer luego y caer en un olvido silencioso que ha durado hasta hace poco, inmersa en una nebulosa de incertidumbres y conjeturas.
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